Hubo un tiempo donde mi peor pesadilla se volvió realidad.
Ella.
Por primera vez en nuestra amistad, una extraña, una intrusa se interpuso; solamente apareció para desborotar la armonía de la relación que tenía con él.
No eran solo mis celos enfermizos, y mi innegable envidia hacia ella.
Lo estaba perdiendo; otra mujer ocupaba el primer lugar en su lista de prioridades. Había pasado a un segundo plano.
-Ya no me llamás más.
-Si te llamo, no me digas asi.
-¿Cuándo me llamás? Si estás todo el tiempo hablando con ella... Ya no tenés tiempo para nosotros, para tomarnos un café en el barcito de siempre; para contarme tus historias.
-No seas dramática. Sabés que siempre vas a ser mi mejor amiga, y sabés lo mucho que te necesito.
Patrañas. A los pocos meses ya casi no nos veíamos fuera de la facultad. Y su rostro ya no se iluminaba con el reflejo del sol cada mañana; nuestros días se habían tornado grises y nublados. Si nos veíamos (algo que era muy inusual), era casi por compromiso, para no perder la poca amistad que teníamos. Ésa chica lo había absorbido completamente; llegó, y a los pocos días logró lo que yo no pude hacer en años. Me lo quitó, me lo arrebató, se lo llevó y junto a él, nuestra amistad, que en mi mente prometía ser un amor eterno en algún futuro.
Pero como es usual en adolescentes llenos de miedos y con cruces de distintas emociones, su relación no duró mucho. Ella lo dejó; pero no le dio demasiadas explicaciones. Era evidente que el compromiso la asustó; y él, tan frágil, apenas pudo sobrellevar el dolor.
Volvió conmigo la misma noche del suceso. Y yo, tan ingenua (tan enamorada), no vacilé y lo recibí con los brazos abiertos.
-No llores -dije, secando sus lágrimas con mi mano.
-A veces quisiera tener la habilidad de volver al pasado y advertirme a mi mismo: "no lo hagas, no te enamores, que terminás sufriendo".
-No siempre se sufre... Un tropezón no es una caída.
-Pero estoy cansado de tropezar tanto... Y no me digas que no caí, porque en el momento en que le dije "te amo" caí definitivamente en la trampa del amor.
Era extraño verlo llorar. Se sentó y se respaldó contra la pared de mi habitación. Dos años habían pasado entonces desde que lo había visto por primera vez.
Me acerqué y sin decir otra palabra, lo abracé. No era justo... Si, me había casi abandonado por un amor pasajero que a la vista de cualquiera con dos dedos de frente era obvio que no duraría mucho. Estuvimos varios segundos abrazados... Lo solté y me miró fijo a los ojos.
-¿Es posible que siempre hayas estado ahí para mi, y yo te haya hecho a un lado por una estúpida mujer incapaz de mantener una relación seria?
-Es posible...
-Te quiero.
Recuerdo que el beso que me dio aquella noche duró pocos segundos y sin embargo, fue eterno. Yo deseaba que así fuera.
Al rato, ambos nos quedamos dormidos.