Capítulo 1
Nadie admira como yo las luces de tu mirada al hablar. Nadie piensa como yo en tantas maneras para hacerte sonreír.
Como siempre llegaste a la hora que habíamos acordado. Como siempre fuimos a aquél bar que, parecía, ya tenía nuestros nombres grabados en todas las mesas (cada día elegíamos una distinta).
Nos sentamos, pedimos el mismo café pequeño de siempre.
Hablamos sobre nuestros temas. Cada tanto, me perdía en mis pensamientos (ellos siempre me hablaban de ti). Lo único que anhelaba era estar entre tus brazos; que me miraras y que, por primera vez después de tantos años, me dijeras “Te amo”.
Dos palabras alcanzarían para dar vuelta mi mundo; tornarlo en el mundo en el cual cualquier mujer querría vivir; y plagar mis días de felicidad, tú serías mi felicidad. Serías mío, mi chico, mi amor.
Me contabas sobre tus amores. Lo más gracioso era que siempre tenías alguna historia nueva que contar. (me impacientaba el hecho de que yo nunca haya formado parte de ésas historias. Siempre era la amiga fiel que escuchaba tus relatos y te comprendía).
Cuatro años. Los mejores de mi vida, pensaba. Recuerdo cuando te conocí; sentada en aquél banco, en esa aula donde casi no se podía respirar, esperando a el o la profesor/a (porque era la primera clase, nadie sabía con qué nos íbamos a encontrar). Te vi serio concentrado en tus apuntes. Al mismo instante me devolviste la mirada, te sentí más cerca. Nos pusimos a hablar de todo, y desde ese día no dejamos ni un minuto de descubrir algo nuevo sobre el otro (y es que es fascinante la manera en la que dos personas nunca dejan de conocerse, y aún más fascinante es esa entrega, esa forma de abrirse ante el otro).
-¿Cómo te llamás?- pregunté tímidamente, tu mirada me intimidaba, y ¡Ni siquiera sabía tu nombre!
Creo que nunca voy a olvidar ese momento. Los nervios de cada clase, miradas rápidas al espejo del baño de mujeres, perfume; carisma. Toda la panza se me hacía un revoltijo.
Pasadas las semanas, y en vista de que las conversaciones no se desviaban de un tono amistoso, decidí, por el momento, esperar a que el destino te arrojara a mis brazos. Mientras tanto, pretendí conocerte desde mi lugar de amiga; solamente amiga.
-Así que vamos a estudiar la misma carrera -dijo, con ese tono divertido que sólo el tiene a horas tempranas en la mañana, como si nada le irritase- creo que me tendrás que soportar los próximos cuatro años. ¡Espero que puedas conmigo!
Me parecía increible su naturalidad y su manera de expresarse. Sólo hablaba conmigo. Y se sentaba al lado de la ventana; los rayos de luz iluminaban su cabello, perfecto y castaño, el reflejo lo hacía ver más maravilloso aún. A veces se me hacía realmente difícil prestar atención a la clase; me distraían sus sonrisas juguetonas, y a veces, esos dibujos que plasmaba en mi cuaderno.
-Es para vos; no soy buen dibujante, pero supuestamente ésta serías vos y éste sería yo, sentados en la arena, vos cantando y yo produciendo con mi guitarra los clásicos que amamos.
-Gracias, pero sabés que no se cantar. Quizá prefieras que tararee un poco. Por el bien de tus oídos.
-No necesitás cantar bien, cantá con ganas y voy a escucharte tan complacido como cuando escucho a Maria Carey.
Esa manera que tenía de hacerme sentir bien siempre; y sacarme una sonrisa...
Que lindo!!, dificil leerlo sin sentir algo :)
ResponderEliminarespero los proximos capitulos :D